Únicamente por medio del arrepentimiento y la fe (comp. Mr. 1:14-15). La palabra “arrepentimiento” señala ese momento en que el pecador se da cuenta de la seriedad de sus pecados delante de Dios, y decide volverse a Él, no sólo procurando ser perdonado, sino también deseando ser libertado de la esclavitud en la que está atrapado para cambiar el rumbo de su vida.
De manera que el arrepentimiento es mucho más que sentir remordimiento por haber pecado, o por el daño que nuestros pecados han causado en nosotros mismos o en otros. Arrepentirse es ponerse de acuerdo con Dios en lo que respecta a nuestra condición delante de Él.
“Sí, Señor, yo sé que he violado tu ley, yo sé que merezco ser condenado por causa de mis transgresiones; pero ahora vengo a ti pidiendo que me perdones, y con la disposición de divorciarme de mi vida de pecado, pero no confiando en mis propias fuerzas, sino dependiendo enteramente de Ti”.
Eso es arrepentimiento, una acción y una actitud que no sólo se asume en el momento inicial de la conversión sino a través de toda nuestra vida. Como dice Calvino: “Dios ha asignado [a los creyentes] una carrera de arrepentimiento, la cual deben correr a lo largo de sus vidas”.
El verdadero creyente vive una vida de arrepentimiento. Constantemente se está volviendo de sus pecados hacia Dios; y es allí precisamente donde entra en juego la fe. Aunque la fe y el arrepentimiento son dos cosas distintas, en realidad son dos aspectos del mismo evento que no pueden ser separados. Por medio del arrepentimiento nos volvemos de nuestros pecados, para abrazar la verdad de Dios por medio de la fe.
He ahí, entonces, la respuesta que el evangelio demanda del pecador: arrepentimiento y fe. O si quieren ponerlo de otro modo: un arrepentimiento creyente, o una fe arrepentida.
Es por medio de esa clase de fe, y sólo por esa fe, que el pecador es justificado delante de Dios: cuando viene sin mérito alguno clamando por misericordia, confiando únicamente en la Persona y la obra de nuestro Señor Jesucristo.
Ahora bien, eso no quiere decir que la fe salva al pecador. El que salva es Cristo, por medio de la fe. La fe es el medio instrumental con el que nos apropiamos de la gracia de la justificación que sólo se encuentra en Cristo.
Permítanme poner un ejemplo: Un mendigo debe mendigar para vivir. Pero lo que lo mantiene vivo no es el mendigar en sí mismo o el dinero que las personas le dan. Lo que mantiene la vida de ese mendigo es el alimento que él obtiene con el dinero que consigue mendigando.
De manera que el acto de mendigar es el medio instrumental a través del cual este hombre obtiene su alimento; pero es el alimento lo que lo mantiene vivo y no el acto de mendigar. Si estamos en un banquete seguramente usaremos ese utensilio llamado “tenedor”. Pero el tenedor no alimenta, sino que es el medio instrumental a través del cual podemos apropiarnos de la comida servida en el banquete.
Pues lo que estamos diciendo es que el medio instrumental a través del cual somos justificados por Dios es la fe SOLA. Y esta pequeña palabra hace un mundo de diferencia. Fue en torno a ella que giró el debate de la Reforma Protestante en el siglo XVI.
Ninguno de los dos bandos en la disputa negaba la importancia de la fe como medio de salvación. Pero mientras la Iglesia de Roma insistía en que aparte de la fe el pecador necesita de los sacramentos y las buenas obras, los reformadores insistían en la fe SOLA como el único medio instrumental de la justificación. Comp. Rom. 1:16-17; 3:21-22; 3:27-28; 4:3-5; Rom. 5:1; Ef. 2:8-9.
La Biblia no sólo enseña que somos justificados por medio de la fe, sino por medio de la fe SOLA. Si excluimos esa pequeña palabra estamos echando por tierra el evangelio de nuestro Señor Jesucristo, e incurriendo en la condenación que Pablo pronuncia en Gal. 1:8.
¿Saben por qué Dios determinó que el pecador se apropie de la gracia de la justificación por medio de la fe? El amor es una virtud más excelente que la fe (1Cor. 13:13). Sin embargo, no somos salvos por amar, sino por creer. ¿Saben por qué? Porque la fe es el único acto del hombre que no es una obra.
La fe es una mano vacía que se extiende para recibir a Cristo, tal como Él es ofrecido en el evangelio: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12-13).
De modo que es por fe para que no sea por obra y así pueda ser por gracia. Como bien ha dicho alguien: “La gracia y la fe van indisolublemente juntas, por cuanto la única función de la fe es la de recibir lo que ofrece gratuitamente la gracia.”
Pero aún nos resta una pregunta por responder: ¿Cuáles son las implicaciones de abrazar por la fe la salvación que Dios ofrece en el evangelio?
© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.
De manera que el arrepentimiento es mucho más que sentir remordimiento por haber pecado, o por el daño que nuestros pecados han causado en nosotros mismos o en otros. Arrepentirse es ponerse de acuerdo con Dios en lo que respecta a nuestra condición delante de Él.
“Sí, Señor, yo sé que he violado tu ley, yo sé que merezco ser condenado por causa de mis transgresiones; pero ahora vengo a ti pidiendo que me perdones, y con la disposición de divorciarme de mi vida de pecado, pero no confiando en mis propias fuerzas, sino dependiendo enteramente de Ti”.
Eso es arrepentimiento, una acción y una actitud que no sólo se asume en el momento inicial de la conversión sino a través de toda nuestra vida. Como dice Calvino: “Dios ha asignado [a los creyentes] una carrera de arrepentimiento, la cual deben correr a lo largo de sus vidas”.
El verdadero creyente vive una vida de arrepentimiento. Constantemente se está volviendo de sus pecados hacia Dios; y es allí precisamente donde entra en juego la fe. Aunque la fe y el arrepentimiento son dos cosas distintas, en realidad son dos aspectos del mismo evento que no pueden ser separados. Por medio del arrepentimiento nos volvemos de nuestros pecados, para abrazar la verdad de Dios por medio de la fe.
He ahí, entonces, la respuesta que el evangelio demanda del pecador: arrepentimiento y fe. O si quieren ponerlo de otro modo: un arrepentimiento creyente, o una fe arrepentida.
Es por medio de esa clase de fe, y sólo por esa fe, que el pecador es justificado delante de Dios: cuando viene sin mérito alguno clamando por misericordia, confiando únicamente en la Persona y la obra de nuestro Señor Jesucristo.
Ahora bien, eso no quiere decir que la fe salva al pecador. El que salva es Cristo, por medio de la fe. La fe es el medio instrumental con el que nos apropiamos de la gracia de la justificación que sólo se encuentra en Cristo.
Permítanme poner un ejemplo: Un mendigo debe mendigar para vivir. Pero lo que lo mantiene vivo no es el mendigar en sí mismo o el dinero que las personas le dan. Lo que mantiene la vida de ese mendigo es el alimento que él obtiene con el dinero que consigue mendigando.
De manera que el acto de mendigar es el medio instrumental a través del cual este hombre obtiene su alimento; pero es el alimento lo que lo mantiene vivo y no el acto de mendigar. Si estamos en un banquete seguramente usaremos ese utensilio llamado “tenedor”. Pero el tenedor no alimenta, sino que es el medio instrumental a través del cual podemos apropiarnos de la comida servida en el banquete.
Pues lo que estamos diciendo es que el medio instrumental a través del cual somos justificados por Dios es la fe SOLA. Y esta pequeña palabra hace un mundo de diferencia. Fue en torno a ella que giró el debate de la Reforma Protestante en el siglo XVI.
Ninguno de los dos bandos en la disputa negaba la importancia de la fe como medio de salvación. Pero mientras la Iglesia de Roma insistía en que aparte de la fe el pecador necesita de los sacramentos y las buenas obras, los reformadores insistían en la fe SOLA como el único medio instrumental de la justificación. Comp. Rom. 1:16-17; 3:21-22; 3:27-28; 4:3-5; Rom. 5:1; Ef. 2:8-9.
La Biblia no sólo enseña que somos justificados por medio de la fe, sino por medio de la fe SOLA. Si excluimos esa pequeña palabra estamos echando por tierra el evangelio de nuestro Señor Jesucristo, e incurriendo en la condenación que Pablo pronuncia en Gal. 1:8.
¿Saben por qué Dios determinó que el pecador se apropie de la gracia de la justificación por medio de la fe? El amor es una virtud más excelente que la fe (1Cor. 13:13). Sin embargo, no somos salvos por amar, sino por creer. ¿Saben por qué? Porque la fe es el único acto del hombre que no es una obra.
La fe es una mano vacía que se extiende para recibir a Cristo, tal como Él es ofrecido en el evangelio: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12-13).
De modo que es por fe para que no sea por obra y así pueda ser por gracia. Como bien ha dicho alguien: “La gracia y la fe van indisolublemente juntas, por cuanto la única función de la fe es la de recibir lo que ofrece gratuitamente la gracia.”
Pero aún nos resta una pregunta por responder: ¿Cuáles son las implicaciones de abrazar por la fe la salvación que Dios ofrece en el evangelio?
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