lunes, 29 de junio de 2009
El progreso del peregrino
Caminando iba yo por el desierto de este mundo,
cuando me encontré en un paraje donde había una
cueva; busqué refugio en ella fatigado, y
habiéndome quedado dormido, tuve el siguiente
sueño: Vi un hombre en pie, cubierto de andrajos,
vuelto de espaldas a su casa, con una pesada carga
sobre sus hombros y un libro en sus manos. Fijando
en él mi atención, vi que abrió el libro y leía en él, y
según iba leyendo, lloraba y se estremecía, hasta
que, no pudiendo ya contenerse más, lanzó un
doloroso quejido y exclamó: — ¿Qué es lo que debo
hacer?.
En este estado regresó a su casa, procurando
reprimirse todo lo posible para que su mujer y sus
hijos no se apercibiesen de su dolor. Mas no
pudiendo por más tiempo disimularlo, porque su mal
iba en aumento, se descubrió a ellos y les dijo: —
Queridísima esposa mía, y vosotros, hijos de mi
corazón; yo, vuestro amante amigo, me veo perdido
por razón de esta carga que me abruma. Además,
sé ciertamente que nuestra ciudad va a ser
abrasada por el fuego del cielo, y todos seremos
envueltos en catástrofe tan terrible si no hallamos un
remedio para escapar, lo que hasta ahora no he
encontrado.
Grande fue la sorpresa que estas palabras
produjeron en todos sus parientes, no porque las
creyesen verdaderas, sino porque las miraban como
resultado de algún delirio. Y como la noche estaba
ya muy próxima, se apresuraron a llevarle a su
cama, en la esperanza de que el sueño y el reposo
calmarían su cerebro. Pero la noche le era tan
molesta como el día; sus párpados no se cerraron
para el descanso, y la pasó en lágrimas y suspiros.
Interrogado por la mañana de cómo se encontraba,
—Me siento peor—contestó—y mi mal crece a cada
instante. — Y como principiase de nuevo a repetir
las lamentaciones de la tarde anterior, se
endurecieron contra él, en lugar de compadecerle.
Intentaron entonces recabar con aspereza lo que los
medios de la dulzura no habían conseguido; se
burlaban unas veces, le reñían otras, y otras le
dejaban completamente abandonado. No le
quedaba, pues, otro recurso que encerrarse en su
cuarto para orar y llorar, tanto, por ellos como por su
propia desventura, o salirse al campo y desahogar
en su espaciosa soledad la pena de su corazón.
Descarga el libro: El progreso del Peregrino – John Bunyan
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario